PRÁCTICAS
DEL LENGUAJE
Del
22/06 al 26/06
Temas: La novela. La
escucha atenta. Producción de texto. Coherencia y cohesión.
-
Leer
o escuchar la lectura (audios de parte de la seño Julia) del capítulo 3 de la
novela Pateando lunas. Luego:
-
Escribir
un texto breve de lo que trata este capítulo.
3. El terrible castigo
Lo que tanto temía, ocurrió. Primero la madre le hizo
todo un largo discurso acerca de cómo deben comportarse las niñas. Su boca se
movía rapidísimo y las palabras salían corriendo y parecía como si chocaran
entre ellas.
Mayte imaginó que las
palabras eran un montón de diminutos autos en una larga ruta. Todos los autos
iban aceleradísimos hasta que ¡zaz! el primer auto frenaba de golpe.
Los que venían detrás,
llevando palabras como "señoritas", o "portarse bien", se
topaban con "obediencia" mientras otros, que continuaban llegando,
chocaban a su vez hasta que todos terminaban formando una alta pila de
autos-palabras de la que salía un humo espeso.
—¿De qué te ríes? —preguntó
la madre al ver que su discurso, tan serio y educado, no hacía mucho efecto.
Mayte se había entretenido
con los autos-palabras olvidándose de una cosa sumamente importante: nada
molesta más a un adulto que no ser escuchado cuando dice Grandes Cosas. Así fue
como el temido y cruel castigo, finalmente llegó.
Mayte pensó que debería
escribir una carta a las Naciones Unidas para quejarse o para que agregaran en
la famosa Carta de los Derechos del Niño algo que dijera:
Pero al rato, cuando hacía
rollos con su ropa y los tiraba dentro de un armario, pensó que la carta no
sería una buena idea: sin duda había muchísimos niños que no tenían un cuarto o
una casa, ni ropa, ni juguetes que dejar tirados en el piso.
—Cuando sea una jugadora y
gane muchísima plata voy a comprar cuartos para todos —pensó mientras agarraba
una muñeca por los pies y la tiraba a un cajón de madera como si fuera pelota
de basquet.
Bueno, casi doble. La muñeca
había pegado primero en la pared y después en el borde el cajón. Apenas le
había errado por un tanto así.
Durante una larga hora Mayte
se dedicó a aquellas tareas desagradables y ahora, mientras la luz en la
ventana comenzaba a cambiar de color, Mayte miraba hacia afuera.
Le gustaba mucho ese momento
del día. El color sepia que los últimos rayos del sol pintaban en los techos.
La gente en la plaza que emprendía el regreso a casa. Los niños que se quejaban
porque querían quedarse un rato más.
Y claro, también le gustaba
el color de los árboles semipelados o el brillo opaco de los automóviles
azules, rojos, blancos, que pasaban por la avenida y encendían pequeños ojos de
luz avisando que la noche llegaba.
Un cielo suave, lleno de
diminutas manchas amarillas, se extendía encima de la ciudad. La luna llena
aparecía detrás de un edificio y rodaba lentamente por el espacio azul, oscuro
y mágico. Mayte suspiró, aunque no sabía por qué. ¿Sería por eso que los
adultos actuaban a veces de un modo extraño? ¿Sería por eso que esos mismos
adultos decían una y otra vez: ah, la primavera?
Sí, sentía algo suave y
dulzón que le hacía cosquillas por dentro. Unas ganas de salir corriendo a la
calle, saltar, gritar y reírse bien fuerte o treparse a los árboles y decirles
a todos lo que acababa de descubrir:
Entonces la gente, que
siempre andaba tan apurada, miraría hacia arriba, vería los árboles, las
estrellas, la luna rodante y también suspiraría.
Mayte pensaba que algunas de
las cosas que hacía su madre tenían un gusto como a sopa de patas de
rinoceronte o guiso de murciélago tuerto.
De todos modos nunca se lo
decía porque ella siempre estaba quejándose del enooooorme trabajo que le había
dado hacer esa comida.
Se sentó a la mesa, se tuvo
que levantar para lavarse las manos, se las lavó y volvió a sentarse a la mesa.
Pobres animales, pensaba
Mayte y se los imaginaba arrastrándose por el famoso desierto del Sahara,
viendo en el horizonte un puesto de refrescos al que nunca lograban llegar.
Mayte regresó del desierto y
miró el plato: tenía un líquido medio verduzco adentro y unas cuantas cosas
blancas y blandas que flotaban en la superficie.
Nada. No había manera de
convencerlos. Y, claro, todo por culpa de doña Pola, esa vieja chismosa. Tenía
que haber alguna manera de darle una buena lección.
Sí, eso, tendría que hablar
con Salva y Javier, pensar un gran plan para darle un escarmiento a la vieja
entrometida.
Se imaginó a su madre en la
cocina, atando un rinoceronte con fideos y metiéndolo en una olla gigantesca.
Otra vez la realidad. El
rinoceronte había escapado y ahora, casi sin darse cuenta, había terminado su
sopa.
Fue entonces que el papá lo
dijo. Fue sólo como un comentario normal, como si hubiese dicho qué linda noche
o pásame la sal.
—Dentro de un rato vamos a
visitar a los tíos, así vas a poder pasar un rato jugando con tu prima Esther.
¡Aghhh! Mayte se imaginó en
medio de una batalla entre vaqueros e indios. Ella había estado avanzando al
frente de las tropas de indios para atacar el fuerte y justo entonces ¡aghhh!
un disparo a traición y ella caía desde su caballo y justo encima de una planta
con espinas.
Esther, la prima Esther, era
la niña perfecta, la que nunca se ensuciaba, ni decía malas palabras, la que
obedecía en todo y se sacaba las mejores notas en el colegio. ¡Aghhh!
—Por lo menos te vas a
divertir un rato —dijo el padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preguntale por aquí a tus docentes, las dudas que tengas