PRÁCTICAS
DEL LENGUAJE
ACTIVIDADES
SEMANALES
Del
06/07 al 12/07
Temas: Lectura. La
escucha atenta. Comprensión de texto. Escritura. La oración. El sustantivo y la
construcción sustantiva. El modificador Directo y el modificador Indirecto. Tildación.
Palabras agudas, graves y esdrújulas. Las familias de palabras.
La
novela: Pateando lunas, de Roy Berocay. Capítulos 4 y 5.
La
seño Julia (Biblioteca) nos lee los capítulos. (Audios)
Consigna
de trabajo:
-
Después
de escuchar atentamente, escribir un texto breve de cada capítulo.
-
Escribir
cinco oraciones.
-
Leer
las páginas 16, 17, 18 y 19 del manual nodos.SM.( Se explicará en la clase
virtual).
-La
invitación es a escribir, lo que escucharon o leyeron del capítulo 4 y 5.
Puede
ser una enumeración.
Puede
ser muy breve, un poco más extenso. Jueguen con todo lo que se les ocurra.
Escuché……………………………………………
Escuché…………………………………………….
Escuché……………………………………………..
ó
Leí………………………………………………..
Leí…………………………………………………
Leí………………………………………………
4.
La insoportable prima Esther
________________________________________
La
casa de Esther quedaba sólo a cinco cuadras y ahora Mayte y sus padres
caminaban al costado de una callecita empedrada. Las casas antiguas, iluminadas
algunas con viejos faroles de hierro colgados frente a sus puertas, le parecían
a Mayte como escapadas de otro tiempo.
Pensar
que todavía existían calles así en la ciudad donde los edificios crecían como
hongos después de una fuerte lluvia.
Los
edificios siempre le parecían a Mayte unos gigantes bobos que se levantaban y
asomaban sus cabezas encima de las pequeñas casas.
Mayte
miró hacia arriba. Allí, muy cerca, se podían ver algunos gigantes. Tenían
miles de ojos cuadrados de los que salía una luz chiquita y adentro, escondidos
detrás de los ojos cuadrados, miles y miles de personas vivían en cajas de
cemento.
—Papá,
¿por qué la gente vive en edificios?
—No
sé, supongo que cada uno vive donde puede, nosotros tenemos una casa muy vieja
y no podemos comprar un apartamento, pero si pudiera...
Terror.
Pánico. El mundo temblaba. Mayte se imaginaba mudándose de su vieja casa, en la
que el sol entraba por las ventanas y en la que bastaba con abrir la puerta
para estar en la calle, a un edificio lleno de ojos y ascensores y personas.
—¡Pero,
papá! En un edificio demoraría como una hora para salir a jugar.
El
padre la miró y sonrió. Estaba de buen humor.
¿Sería
por la primavera?
Mayte
pensó que, a lo mejor, era un buen momento para volver a hablar del asunto del
futbol.
Estaba
a punto de decir algo cuando su madre dio la mala noticia.
—¡Llegamos!
La
casa, nueva y de ladrillos, parecía el escenario de un teatro. Llena de luces,
cortinas y colores rojos y negros, rejas recién pintadas.
—Algún
día... —dijo la mamá, pero se calló porque ya la tía abría la puerta.
Besos
y más besos. Besos pegajosos y un par de pellizcos en los cachetes.
—¡Mayte,
qué grande que estás!
—Sí,
tía.
Y
allí, sentada en un sillón, con un vestido lleno de encajes, el pelo rubio y
rizado, la sonrisa de muñeca de plástico, estaba la prima Esther.
—Esther,
por qué no llevas a la prima Mayte a tu cuarto, así pueden jugar tranquilas
—dijo el tío.
—Sí,
papá.
Mayte
y Esther se saludaron y después anduvieron por un pasillo de baldosas rojas y
lustradas hasta llegar al cuarto que era de la prima.
Entraron.
Todo
estaba tan ordenado y limpio, que Mayte no lograba imaginarse a qué podrían
jugar.
La
cama, ancha y de madera, tenía una colcha color de rosa con holanes rococó. En
las paredes se veían decenas de personajes de cuentos infantiles.
El
piso, también de madera, no parecía tener ni una manchita.
Mayte
no sabía qué hacer. Siempre que iba allí le sucedía lo mismo. Le daba no sé qué
moverse, sentía que aquel cuarto era un lugar sólo para ser mirado, un lugar al
que se debía entrar en silencio y de puntitas como se entra a un museo de
objetos delicados.
Esther
abrió una puerta del armario y sacó una, dos, tres muñecas, todas con vestidos
color de rosa.
—Bien,
vamos a jugar a las mamás. ¿Te parece?
Mayte
se encogió de hombros y tomó una de las muñecas, que parecía un bebé de verdad.
—¿Y
ahora qué hago?
—Tienes
que hacerlo dormir.
Bien,
eso era fácil. Mayte comenzó a sacudir al bebé y a cantarle fuerte,
arrullándolo.
Pero
el bebé no se dormía porque era uno de esos muñecos que no cerraban los ojos.
—Es
imposible. Este bebé tiene una enfermedad extraña. Se le pegó en el África
—explicó Mayte— Fue cuando fuimos a cazar rinocerontes, había una invasión de
moscas verdes, seguro que lo picaron y ahora tiene la enfermedad del despierto.
—Eso
es una bobada —protestó Esther que ya había acostado a las otras dos muñecas.
—No,
en serio —a Mayte comenzaba a gustarle el juego—. Además, mira, ¡se cagó todo!
Esther
puso cara de asco.
—Pero
si sólo es un muñeco, no puede estar enfermo ni ca, ni hacerse caca.
—¿Ah,
no? ¿Y entonces qué es ese olor? ¿No lo sientes?
—No
huelo nada.
—Eso
es porque no te esfuerzas. Haz la prueba —aquello se ponía muy divertido—. ¡Uf,
qué olor!
—Bueno,
un poco se siente —dijo Esther ya casi convencida.
—Sí,
pero no tenemos tiempo para limpiarle la caca. ¡Rápido, al armario que ahí
llegan los malvados cazadores!
Mayte
comenzó a correr por el cuarto y luego abrió la puerta del armario y se
escondió dentro.
—¡Rápido,
Esther! Si te agarran los cazadores, quién sabe lo que pueden hacer.
¡Sí,
sí! Esther tomó a sus dos muñecas y corrió hacia el armario, pero cuando estaba
a punto de llegar, Mayte abrió la puerta de golpe y saltó hacia afuera.
—¡Ahhhh!
—¡Ahhhh!
Mayte
había saltado poniendo cara de fantasma, pero Esther se había asustado tanto
que había pegado un verdadero grito de terror y ahora, la muy boba, lloraba.
—Siempre
es lo mismo contigo, nunca se puede jugar tranquila—. Mayte intentó defenderse.
—¡Estábamos
jugando a los cazadores!
—¡No,
estábamos jugando a las madres!
—¡A
los cazadores!
—¡Las
madres!
—¡Cazadores!
—¡Madres!
—¡Llorona!
Esther
se ofendió en serio. Dio media vuelta, caminó hasta su cama, se acomodó el pelo
largo y rizado y después cometió un gravísimo error:
—Lo
que pasa es que me tienes envidia —dijo con tono de telenovela.
Mayte
tomó su bebé —el que tenía la enfermedad del despierto y se había hecho caca— y
se lo tiró a su prima en la cabeza.
Y
así fue como llegaron los cazadores. Atraídos por los gritos, entraron al
cuarto rápidamente, sin dar tiempo a que Mayte corriera a ocultarse en el armario.
Los
cazadores, que eran muy parecidos a su madre, su padre, su tía y su tío,
ocupaban ahora el lugar y le apuntaban con sus dedos largos.
—¡Me
rindo! —dijo Mayte levantando los brazos. Pero su madre la tomó de una mano y
la sacó de la habitación casi en el aire.
—¿Es
que nunca vas a poder portarte bien?
—Pero,
mamá, yo sólo...
—Sí,
ya sé, siempre es la misma historia.
Un
rato después caminaban de regreso a la casa.
La
prima Esther, otra vez peinada y con esa sonrisa de plástico, se había quedado
en la puerta cuando salieron.
—¡Madres!
—le gritó cuando Mayte se hubo alejado algunos pasos.
—¡Cazadores!
—contestó Mayte mientras su madre le daba un pellizcón.
5.
Planes y desafíos
________________________________________
Un
enjambre de niños corría y saltaba en el patio de la escuela. Sus botas
blancas, parecían pequeñas nubes movedizas deslizándose sobre el cielo de
baldosas amarillas.
Algunos
jugaban futbol, otros saltaban a la cuerda, pero más allá, en un rincón y
ajenos a todo, algunos niños llevaban a cabo una reunión importante.
—Tenemos
que hacer algo —decía Mayte a Salvador, Javier y los otros.
Todos
asentían.
—Esa
vieja maldita siempre me arruina la vida, mi papá dijo que tenemos que darle un
escarmiento.
—¿En
serio dijo eso? —preguntó Javier asombrado.
—Sí,
yo misma le pregunté —aseguró Mayte—. Pero no se me ocurre qué podemos hacer.
—Podemos
darle un susto —dijo Salvador.
—Sí,
disfrazarnos de monstruos y hacerle ruidos por la noche —agregó Javier.
A
Mayte le gustaba la idea. Se imaginaba la cara de doña Pola con su voz aguda
asomada en la ventana gritando ¡socorro!
—Pero
no podemos salir de noche —dijo finalmente—. Mis padres dicen que es muy
peligroso—. Salva y Javier tenían el mismo problema.
—¡Un
momento! Tengo otra idea —dijo Mayte—. Y es algo que podemos hacer de día.
Todos se acercaron a escuchar el plan maestro. Era bastante bueno. Algunos
rieron imaginando la cara que pondría doña Pola cuando lo llevaran a cabo. Pero
ésa no sería la única cosa memorable que ocurriría en el recreo del lunes,
porque, más allá, en el otro extremo del patio, el Gordo Enemigo y sus
cómplices, tenían también una reunión.
Si
se lo miraba de afuera, se podía ver al Gordo parado en medio del grupo,
moviendo sus brazos en el aire como si intentara volar. Su boca se abría y
cerraba también muy rápidamente.
—¿Viste
al Gordo? —preguntó Salva señalando la otra reunión.
Todos
miraron.
—Seguro
que están tramando algo —dijo Javier, quien prefería no recordar la tarde
anterior cuando se había portado tan poco valientemente.
—¡Miren,
vienen para acá! —dijo alguien.
En
efecto, con el Gordo a la cabeza y los demás caminando detrás, la pandilla
enemiga avanzaba por el patio. Los que jugaban futbol se detuvieron. Las niñas
que saltaban a la
cuerda
erraron sus pasos. Todo el patio pareció detenerse.
La
pandilla enemiga avanzaba por un callejón formado por niños que se hacían a los
costados y comentaban en voz baja.
Del
otro lado, la pandilla de Mayte se ponía en formación de esperar. Algunos, como
Salvador, ponían las manos en sus cinturas y trataban de poner caras de
tranquilidad.
—¿Qué
querrán éstos? —preguntaba Mayte.
Las
maestras, que ocupaban el tiempo del recreo en conversar entre ellas y criticar
a la directora, no se habían dado cuenta.
Mayte
veía la escena y ya le parecía que el Gordo y los suyos vestían de negro,
llevaban lentes oscuros y unas armas metálicas que reflejaban la luz.
Se
imaginó a su propio grupo vestido con unos limpios uniformes azules y gorras de
policía.
—¡Son
los mafiosos! ¡Estén alertas! —dijo.
La
pandilla enemiga llegó y se alineó frente a ellos.
—¿Qué
quieres gordo truhán? —dijo Mayte que había escuchado esa palabra en una serie
de la tele.
—Venimos
a desafiarlos.
La
cosa se estaba poniendo buena. Pero Mayte pensó que si el desafío era para
volver a pelear se metería en más problemas y pasaría toda su vida ordenando el
cuarto.
—¿Qué
clase de desafío? —preguntó Salva.
—Queremos
jugarles un partido —dijo el Gordo que procuraba poner voz de malo.
—Pero
si ya jugamos ayer.
—Sí,
pero queremos un partido de verdad, en la cancha del club, con camisetas y
árbitros y público.
—¡Fantástico!
—exclamó Mayte.
—Tú
cállate, la cosa no es con las mujeres —dijo el Gordo.
Salvador
y Javier pensaban, los demás miraban seriamente al enemigo.
De
pronto Salva sonrió.
—Aceptamos,
pero con una condición.
—A
ver.
—Que
juegue Mayte.
—¡Sí!
—Mayte pegó un salto de un metro en su lugar.
—¡Pero
es una niña!
—Justamente
—dijo Salva—. ¿O es que tienen miedo de jugar contra una niña?
A
Mayte el comentario le había parecido medio machista, pero se dio cuenta de que
Salva lo hacía para obligar a los otros a aceptar.
—¿Miedo
nosotros? Les vamos a hacer cinco goles, con o sin niña —dijo el Gordo y todos
sus secuaces dijeron: sí, sí.
Entonces
sonó el timbre. El recreo había terminado.
Mayte
estaba tan feliz. El partido había sido fijado para el próximo domingo. Ahora
tendrían que conseguir camisetas, practicar y, principalmente, convencer a sus
padres.
Pero,
además del partido, estaba el maravilloso plan de venganza contra doña Pola.
—¡Qué
semana nos espera! —se dijo Mayte sonriendo cuando entró a clase y se acomodó
en su asiento.
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